La Moda y el covid ¿Qué nos ha enseñado la pandemia?
La moda es una herramienta de comunicación no verbal que está en permanente habla con quienes nos rodea, y aunque vestirnos y adornarnos de forma cotidiana se ha convertido en una acción automática, lo cierto es que cada elección que hacemos narra algo de nosotros, expresa sentimientos, protesta sobre algo e incluso romantiza ciertas acciones. Asistir a una fiesta, salir con alguien por primera vez, visitar a los suegros e ir a un evento, son situaciones que traen bajo el brazo códigos socio culturales que dictan la forma correcta en que debemos vestirnos, cómo debemos vernos, qué colores usar, cómo nos comportamos, de qué forma hablamos y hasta qué tipo de estéticas terminarán siendo sancionadas por el ojo acusador del común denominador (en el caso de los suegros es fatal). De esta forma, la moda se convierte en un dictador de fórmulas capaces de incluir o excluir individuos y de mostrar a través de la cohesión o la exhibición de las colectividades, situaciones que pueden generar sentimientos de burla, queja y exposición mediática, dolorosa e innecesaria.
La instauración de las redes sociales claramente ha marcado un derrotero interesante para “conectarnos” con el mundo, a través de pautas de belleza claras determinadas por los hoy llamados influencers. Las casas de moda pasaron a segunda instancia, para otorgarle poder a consumidores de a pie, que han logrado agenciarse en el mundo como referentes de belleza, moda y hasta estilo. Los nuevos tiempos y espacios creados por estos medios, se han configurado bajo la necesidad de pertenecer a círculos digitalmente construidos y a través de una política de apariencias precariamente edificada y dependiente, se ha logrado que la rapidez de las tendencias, el fast fashion, la obsolescencia programada y psicológica, los cambios continuos entre lo que nos gusta vestir y lo que la sociedad exige y el FOMO, se procuren como dinámicas potencializadoras de la producción masiva de productos y la compra desmedida de los mismos, como sinónimo de formar parte de un todo que hoy revela la fragilidad en que nos relacionamos con el otro a partir de a quién sigue, cuántos seguidores tiene, qué compra, dónde lo hace, qué marcas le gustan, cuántos likes genera, cómo se presenta en redes, qué ropa usa, cómo se maquilla, qué prendas repite…
1 Socióloga, especialista en sociología de la moda y el diseño, escritora e investigadora en temas de sostenibilidad en la industria. Directora de contenidos en la Academia de Moda Sostenible y Creadora de la marca multifuncional Miluskä
Claramente, las nuevas generaciones han logrado reducir estas relaciones entre individuos a un visual estético y oportuno, centrado en la acumulación de objetos y la pérdida paulatina del yo y su capacidad de habitar el cuerpo.
La inmediatez y el culto a la compra interminable de piezas de indumentaria, maquillaje, accesorios, zapatos, decoración de hogar y aparatos tecnológicos, como sinónimo de un nuevo poder y estatus reconfigurado, cambió abruptamente con la llegada del covid 19, un virus transnacional, capaz de permear cualquier estilo de vida y composición jerárquica en el mundo, experto en visibilizar situaciones sociales latentes (problemáticas de racismo, violación de derechos laborales en las fábricas de confección, explotación infantil en cultivos de algodón, aprovechamiento de mano de obra barata en comunidades vulnerables, etc.), de acelerar propuestas rezagadas a los tiempos infinitos de los gobiernos y de exponer de forma creativa los problemas emocionales que nos atañen y disfrazamos al estilo halloween con bolsas llenas de compras. -Somos la sociedad con mayor poder adquisitivo, pero también con mayor soledad, miedo, frustración y depresión-.
Las cuarentenas determinadas como la normalidad actual, el encierro, el distanciamiento social, el teletrabajo, el cierre de los sitios habituales de encuentro y el bienestar emocional y mental, marcaron una nueva línea de foco, donde la moda, desde su capacidad de conectar y servir como medio de activismo, aunque quisiera, no pudo quedarse atrás. Las necesidades reales se redujeron a su mínima expresión, reflejándose de forma abrupta en las curvas de decrecimiento económico de las industrias y el sentimiento de acumulación cambió exasperadamente por el de sentir, tocar, abrazar y hasta oler al otro. Nos encontramos solos en un mar de objetos que en algún momento fueron sinónimo de seguridad y que hoy se leen como inertes en medio de un menester de sentimientos que acusan lo familiar, las experiencias, las risas, el calor del tacto y la compañía de los que amamos (e incluso de los que no tanto). El covid en otras palabras nos ha mostrado que preferimos andar acompañados y con los mismos chiros, que solos y con la última colección de H&M recién comprada.
Sin embargo y en una línea de sentimientos realistas, los cambios que devienen como forma de reactivar las economías, sugieren a un individuo listo para volver a acumular, en un afán mediático de prepararse para figurar en las nuevas formas que hoy nos surgen en el mundo: la virtualidad y los pequeños y nulos espacio de presencialidad.
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